Over the hills
viernes, 14 de enero de 2011
La primera gran vuelta (parte I)
jueves, 13 de enero de 2011
Tumularios
Finalmente, gracias a uno de los montaraces, habían encontrado el refugio donde se encontraban. Dos paredes de piedra de algo más de dos metros de altura, que formaban un ángulo recto y protegían la retaguardia y el flanco izquierdo del grupo. Los restos derruidos de un muro bajo a la derecha y el frente totalmente libre. Escasa protección frente a criaturas sólo parcialmente corporales, pero sus corazones agradecían aún ese mínimo consuelo.
En la retaguardia, tras el fuego central, podía verse a los diplomáticos empuñando dubitativamente sus armas, acompañados por Liradoc que había sido destacado a protegerlos y tenía nuevamente sus pequeñas dagas. A su vez, Freagur y sus tres hombres estaban parados apenas adelante, listos para ir donde fuera necesario. En el centro del campamento, los tres curadores entonaban cantos entre susurros, actuando aun antes del comienzo de la batalla. Junto a ellos, el mago estaba parado, tenso, con sus puños cerrados bajo su ombligo y sus ojos que frenéticamente iban y venían de la oscuridad circundante al fuego central. Sus dos acompañantes se mantenían firmes e inexpresivos, como durante casi todo el viaje.
El frente tenia cuatro vértices, claramente mas adelantados que el resto. Farawar en la derecha, que a pesar del miedo general parecía tranquilo, Cirque y Araw en el centro y Enherdil sobre el flanco izquierdo, que algo mas adelantado que, murmuraba insultos para sí con rostro airado. Apenas tras ellos, los hombres y medianos se mantenían firmes mientras intentaban controlar su temor.
Los ruidos eran inconfundibles, estaban cargando. Tres de ellos lograron saltar los fuegos perimetrales e ingresaron al campamento. Su visión de pesadilla era prácticamente insoportable. Sus rostros pálidos, con facciones descompuestas por la podredumbre de siglos, sus harapos encendidos por el fuego, sus armas melladas y armaduras oxidadas eran monstruosas.
Cirque y Galabul, rápidos, coordinadamente, entablaron combate con el primer tumulario, mientras que Araw y sus hombres intentaban rodear al suyo. Del otro lado, Enherdil se movió como poseso, con una velocidad que pocos hombres podían imitar, y golpeó a la criatura en un flanco. La hoja enana, la única que podía utilizar en estas circunstancias, desprendió varios fragmentos de su armadura, que cayeron al piso tintineando. El impacto no pareció afectar al tumulario, que devolvió el golpe con una fuerza y celeridad insospechada para un ser de esas características. Tanto que el cazador apenas pudo contenerlo.
En ese momento perdió la cabeza y rápidamente lo apuntó con su puño izquierdo, del que nació un claro rayo de fuego que golpeó a la criatura en el centro del pecho y volvió a encender sus ropas, lo que le permitió golpearla nuevamente. Nada parecía afectarla. A pesar de los impactos, certeros, veloces, que hubieran matado a casi cualquier criatura, el no muerto volvió a erguir su cabeza y avanzar. Finalmente, casi desesperado, el Capitán extendió el brazo, con su palma extendida al frente, donde se formó una pequeña bola de luz, que alcanzó los quince centímetros de radio y avanzó, para ingresar en la criatura y estallar en llamas, haciendo llover trozos de metal oxidado y carne en evidente descomposición sobre los guerreros.
En ese momento, la cordura desapareció, así como también la posibilidad de hacer un relato razonado, cronológico, de lo ocurrido. Un ser similar a los otros, pero de casi dos metros y medio de altura, pasó sobre el tronco que se encontraba en el frente y lo apagó, dejando así el paso expedito a cuatro tumularios mas, que entablaron combate con los defensores. Mientras tanto, desde atrás se oyeron gritos de terror y furia y se perdió por fin la coherencia.
El tiempo parecía moverse con oleadas, que iban y venían, sin que pudiera distinguirse la velocidad de los sucesos. El espacio dejó de importar, la distancia era la de una espada, del brazo que la empuña. No era.
A pesar de ello, intentaré mostrar imágenes, pequeños fragmentos –deformados quizás- que puedan mostrar, explicar, la victoria del grupo.
Rayos de fuego volaban hacia la gran criatura; los enanos danzaban coordinados alrededor de su presa, desprendiendo pequeños fragmentos de armadura y carne con sus hachas; Enherdil intercambiaba golpes con uno de los recién llegados y era salvado por Bloco que rápidamente lo hería en la cintura; las dagas de Liradoc cantaban al volar libres hacía el gigantesco ser que había invadido la retaguardia y eran rechazadas con un ademán.
Un silencio. Las olas del tiempo se separan y permiten ver a un hobbit, solo, concentrado en su espada llameante mientras ve al poderoso ser que se mueve tranquilo por el frente, lanzar un conjuro que hizo volar a Araw varios metros hacia atrás. Puede verse también, como en cámara lenta, que Trongo entrecierra sus ojos, deja de mirar al frente, y murmura unas palabras que parecen despertar aún más a su hoja. Él es lanzado hacia atrás, mientras una bola de fuego se expande desde la punta de la espada dragón y vuelta hacia el frente.
A su lado, no podría decir si antes o después, Enherdil mira a su adversario con relativa calma, e imitando a sus compañeros perdidos, gira sus manos, casi amasando el aire, y comienza a formar una pequeña bola luminosa, que se agranda poco a poco, hasta tomar un tamaño mas que considerable. Continuaba agrandándose aún cuando se deshizo en el aura de la criatura, sin siquiera rozarla.
Un proyectil helado golpeó al montaraz en el pecho; mas de diez rayos de fuego sucesivos volaron hacia la criatura y sólo seis se deshicieron antes de golpear, Liradoc empuña una hoja en cada mano, da sendos golpes al gran Tumulario y evita que lastime a Freagur; la cabeza de uno de los hombres de Araw es cortada de cuajo por un espadón, Trongo vuelve a incorporarse y avanza a luchar con su hoja apenas encendida; Cirque flanquea al monstruo que ataca a Farawar; fragmentos de hielo vuelan de la armadura por los desesperados golpes que Bloco propina a su Capitán para despertarlo; una calavera de color violáceo vuela desde la mano del Tumulario mayor a través del fuego central; uno de los menores se ve encerrado en un cilindro de luz mientras pensaba atacar a uno de los curadores; el cilindro de luz estalla en llamas, que finalmente lo deshacen.
Una extraña escena transcurre paralelamente al frenesí. Enherdil, parcialmente repuesto gracias a los golpes de Bloco, que lo ayudaron a despertar, mostraba una extraña sonrisa, casi de resignación. Sabía que estaba a punto de hacer una idiotez. El brazo izquierdo era un bulto recogido y entumecido por el hielo y en ese hombro tenía una costra pútrida, mientras con su mano derecha sostenía aún la espada que le habían regalado los enanos hace ya tanto tiempo.
Elevó su vista y pudo ver estrellas en el cielo. Era un problema para sus planes. A pesar de ello, relajó sus facciones y comenzó a murmurar algo mientras cerraba sus ojos. Esto le impidió ver la veloz desaparición de las estrellas sobre su cabeza y, a los pocos segundos, los comienzos de una lluvia helada. Abrió sus ojos, que estaban desenfocados, perdidos y elevó su puño y lo mantuvo en alto durante largos segundos, lentos, para bajarlo velozmente en dirección al gran tumulario, que sufrió la caída de un relámpago sobre su cabeza.
Esto lo enfureció aún más. Estas patéticas criaturas se atrevían a seguir desafiándolo, era increíble. Por ello es que utilizó sus poderes para apagar todos los fuegos del campamento, que momentáneamente quedó en una oscuridad que heló los corazones de los soldados, impidiéndoles luchar. Sin duda era el fin.
La luz fue enceguecedora y terrible para los tumularios y envalentonó a los defensores. Era inesperada y, por ello, doblemente bienvenida. Cuando todo parecía perdido, la luz brillante, blanca, surgió en el piso, bajo la mano de Enherdil que estaba recostado y disipó las tinieblas en todos los alrededores.
En el otro extremo, Liradoc aprovechó la momentánea distracción para arrojarse sobre su enemigo y herirlo con ambas dagas, para dar dos pasos atrás y arrojárselas al rostro. A su par, Freagur seguía lastimándolo, con paciencia, y esquivando sus golpes que comenzaban a ser mas urgentes. Ese momento fue rápidamente aprovechado por el misterioso guerrero que acompañaba al mago, que dio un salto y movió rápidamente su hoja para decapitar al monstruo.
Nuevamente en el frente, podían verse decenas de rayos ígneos surgiendo de los brazos extendidos del mago que chocaban contra el cuerpo de la criatura, que con una expulsión de su energía vital logró deshacerlos, para verse sorprendido por una pequeña bola roja de energía que ingresó en su cuerpo y estalló, lastimando a todos aquellos que estaban cerca.
Esto fue el fin. La muerte de las criaturas, la pérdida de su magia, afectó severamente a varios de los heridos, que cayeron en un sueño helado del que no sería fácil despertarlos. Fue una victoria, sí, pero el precio, la sangre de los caídos, era demasiado cara.
lunes, 10 de enero de 2011
REALIDAD
He aprendido a soñar despierto, puesto que hay horrores a los que prefiero no enfrentarme si no es en vilo. Así siento mis jornadas en la montaña protegida: como un sueño, una ilusión.
Cada atardecer se asemeja al vertiginoso descenso en picada de las águilas de Sulimo, el Supremo. Lo sé, lo he vivido y es lo que siento constantemente cuando esa extraña energía, que los sabios llaman torpemente “magia” fluye desde el mundo a través de mí.
Así, en estos tiempos en que mi cabeza se ha vuelto de revés, mis recuerdos y experiencias toman tintes oníricos, dignos de ser escritos en la lengua de los seres de la luz, a quienes sueño o deseo ver antes de partir.
Hace sólo algunas jornadas, mientras practicaba en el corredor del templo con mis instructores un sencillo conjuro de ataque mi mente se quebró por una punzante necesidad de soñar, de entregarme completamente a la fantasía propia del alma mientras duerme.
En ese momento preparaba mi conjuro cuando el instructor que era mi blanco se desdibujó y apareció ante mí con total claridad la imagen del maldito ser que perseguimos por casi medio mundo. Aquel aberrante demonio sostenía con las garras de su único brazo a ¡Enherdil!. Podría jurar, si me estuviera permitido hacerlo que la visión que se desarrollaba ante mis ojos era completamente real, al menos así lo fue para mí en aquel momento.
Sin vacilar un instante cargué (concentré) mi ballesta (mi conjuro) y disparé hacia el licántropo (el Sacerdote) una violenta lluvia de pivotes (espinas). No fue suficiente. El cuello de Enherdil seguía preso de las garras del demonio. Su armadura rasgaba con impotencia el brazo de su captor y el rostro del Capitán era una mueca demoníaca y violácea de odio.
Repetí el ataque con mejor resultado y cuando el maldito puso su atención en mí cargué ciegamente hacia él, dispuesto a darle a Enherdil una mínima oportunidad de escape o de ataque final. Nada importaba, sólo intentar acabar con él a cualquier precio.
Recuerdo la tensión de mis piernas en la carrera hacia la muerte, mi muerte. Recuerdo haber visto alrededor los rostros de los amigos que no están con un rictus de venganza. Recuerdo el salto vertiginoso y la seguridad de que mis hermanos de guerra me esperaban al pie de una enorme montaña blanca. Recuerdo haberme aferrado con violencia la columna que era el cuello del licántropo y recuerdo haber visto su rostro. Y ya no pude soñar más, todo se volvió brumas. Aferrado al cuello de mi instructor, queriendo asesinarlo perdí el conocimiento.
Aun hoy, luego de tres días de descanso en el templo, con la contención y la guía constante de los sacerdotes que me entrenan tengo dudas sobre mi cordura. Suno dice que tengo que desentrañar los secretos de mi poder y que sólo así podré dormir tranquilo nuevamente. Hasta Hiufat creyó necesario dedicarme algo de su tiempo para aplacar mis temores y ayudarme a ordenar mis recuerdos.
Sin embargo sólo mi fe en Sulimo, el Supremo hace que confíe en que ésta es la realidad, porque sé que nadie en su sano juicio podría creer que aun existen ciudades libres en el mundo bajo el hierro del Imperio, que Enanos y Gigantes forjan juntos su Destino y que en el sur viven hombres en alianza con seres de un poder ancestral en parte hombre y bestia. Este nuevo destino del mundo tiene demonios que se redimen y hobbits que hacen magia.
Estimado lector, si estás leyendo esto, es porque perecimos en el regreso desde la Ciudad de la Confederación hasta nuestra propia Ciudad del Norte. Es menester que hagas llegar estas líneas a los capitanes de alguna de las ciudades así pueden saber que los paladines han vuelto a la Tierra Media y que la guerra contra el Imperio es más grande de lo que pensábamos pero está lejos de ser perdida.
Nos separamos de nuestros hermanos de viaje que quedaron en la Confederación
- Iong
- Wethrin
- Isram Capotero
- Tip Robledal
- Bronco Puelo
En el camino hemos perdido muchos hermanos que no voy a enumerar debido al dolor que eso conlleva, pero hemos adquirido dones y bendiciones. SOMOS los nuevos paladines que caminan por la Tierra Media. Es por eso que emprendemos el regreso a nuestro país, previo paso por la Ciudad bajo la Montaña.
Bitácora de regreso
1er día de viaje:
Partimos de la Ciudad de la Confederación una tropa compuesta por:
- Enherdil II
- Lirol
- Bloco
- Trongo Campero
- Cirque
- Galabul
- Farewar más tres de sus hombres
- Freagur más tres de sus osos
- Araw más 6 de sus soldados
- Un mago con dos guardaespaldas
- Tres sanadores
- Tres embajadores
- Liradoc Bribón (en calidad de prisionero)
Totalizando 31 personas.
Los capitanes resolvieron caminar durante dos jornadas rumbo al este a fin de evitar lo más posible la Ciudad de los Círculos.
Toda la tropa se reunió en torno al fuego a fin de comenzar a estrechar lazos y posibilitar así la unión de nuestras respectivas ciudades.
Algunos pudimos ver a los espíritus de los bosques que nos cuidaban. La visión nos causó cierta conmoción. De a poco entiendo más a mi espada.
2do día de viaje:
A la hora del desayuno fuimos sorprendidos por un suculento guisado acompañado por piezas de caza menor asadas.
Alegremente me sumé a las tareas de cocina contento de poder volver a emplear mis dotes en el ramo.
Continuamos con el derrotero hacia el este y al atardecer, los soldados lograron dar caza a dos sabrosos Lossrrindir que fueron trozados, asados y comidos por todos. Cabe mencionar que las huestes sureñas poseen un curioso método de cocina que consiste en enterrar pedazos de carne junto con adobo, piedras, palos, ramas y fuego y dejarlo asarse durante toda la noche. De esto puede salir carne más tierna que la de un venado recién parido o chasqui apto para durar una semana, realmente sorprendente.
Se realizó la primer noche de guardia, me ofrecí a formar parte de la misma junto a un Beijabar a fin de estrechar lazos de amistad. Son gente bastante curiosa que hablan un dialecto incomprensible. Pero si pudimos interpretar los gruñidos de los enanos tranquilamente podremos salvar las diferencias idiomáticas.
Continúo con el entendimiento de mi espada.
3er día de viaje:
Torcimos rumbo al norte, el frío de a poco comenzó a sentirse más por lo que apuramos sensiblemente el paso. El día pasó sin sobresaltos. A la noche tuvimos nuevamente guardias, en la que aproveché a interrogar a Enherdil acerca de mi nueva habilidad. Me mandó a hablar con los sanadores, creo que es hora de mostrar las barajas.
Continúo con el entrenamiento con el núcleo de mi espada.
4to día de viaje:
Ya estamos fuera de la protección de Hiufat, se siente el frío en el alma. Caminamos todo lo posible rumbo al norte, al caer la tarde conseguimos un claro en una lomada y armamos nuestro campamento. Todos percibimos que no estábamos solos. Tuve la visión más horrenda de mi corta y agitada vida, un ser mitad muerto, mitad podrido que deambulaba por la base del barranco buscando la forma de subir, el frío se extendía a su paso. La guardia fue terrible, los sanadores lograron mantener a raya a estos seres.
Antes de dormir logré hacer contacto con el núcleo de mi espada.
5to día de viaje:
Los capitanes se alejaron rumbo al este y volvieron visiblemente agitados luego de una hora, dicen que los seres estos (tumularios los llamaron) provienen de una pequeña torre a 400 metros al este y que dieron cuenta de una patrulla de unos pocos orcos, es probable que a la noche nos ataquen.
Avanzamos una hora hacia el oeste (quien iba a decir que la seguridad se encontraba en la Ciudad de los Círculos) hasta que dimos con un emplazamiento parcialmente derruido. Allí el mago y los sanadores realizaron sus fortificaciones y los hombres barreras de fuego.
Al caer la noche fuimos asaltados por siete de estos tumularios y por dos tumularios mucho más grandes y terribles. No contaré la batalla aquí porque, realmente, no la recuerdo, sólo flashes permanecen en mi memoria por el horror que estos seres me causaron.
La victoria, si bien fue nuestra, cara nos costó. Guul Pragoz lleva nuevas marcas en honor a Lirol, dos soldados Beijabar y dos soldados de Araw.
Mi espada lanza bolas de fuego, pero me dejan exhausto.
El mago y los sanadores son realmente poderosos. El Dios de la tierra que me visitó en la cueva volvió a visitarme en forma de pared de piedras blancas que me ayudó a reponerme de la herida que me infringió uno de esos seres horrendos.
Si alguien ha de cantar nuestros andares, no podrán decir que los medianos carecen de valentía, coraje y un cierto deseo de muerte.
6to día de viaje:
El amanecer nos trajo la tranquilidad, luego de despertarme hablé con el mago. El fuego es el camino y quizá él es el encargado de ponerme sobre la senda.
Intentaré convencerlo.
viernes, 7 de enero de 2011
La primera traición (introducción)
No era la primera vez que los viejos pisos eran regados con la sangre de guerreros jóvenes. Los dos hombres y el mediano estaban en uno de los patios de entrenamiento de la Ciudad Central, que ya prácticamente no se utilizaba más que para este tipo de reuniones clandestinas. Estaba bastante oscuro y helaba. Cada palabra, cada exhalación se veía acompañada de una pequeña nube de humo.
Los tres habían abandonado el entrenamiento, dejando a sus respectivos cuerpos, pero la golpiza que los esperaba ni siquiera cruzó por sus cabezas. La situación exigía rapidez, no había lugar para dudar.
Bura estaba sentado en el piso, con las piernas cruzadas frente a un paño azul gastado. Su ballesta estaba desarmada y él engrasaba cada pequeño mecanismo mientras seguía con la mirada a los dos hombres que se movían como posesos, pasando a escasos centímetros uno del otro sin tocarse, en lo que parecía un extraño baile, ejecutado por dementes. Sus ojos, a pesar del fantasma de burla que siempre parecía bailar tras ellos, estaban especialmente serios. Podía entender la gravedad de los hechos y de sus posibles consecuencias.
-Me dijo uno de los curadores menores que la magia fue muy fuerte, que es muy difícil que puedan salvar sus ojos -Enherdil se veía angustiado.
-No estaba autorizado a realizar conjuros tan fuertes, lo van a juzgar, será una suerte si no lo matan.
- ¿Y vos que sabés, hobbit roñoso, de lo que Morelastir podía o no podía hacer? -El montaraz se detuvo frente a Bura, amenazante.
- Es que yo, a diferencia de ustedes, burros de carga piojosos, lo escucho cuando habla; por eso me entero de las cosas. -en el rostro del pequeño no se podía ver la mínima preocupación por la amenaza. - Ahora hay que esperar, a ver que puede averiguar Wethrin. Con esa cara de estúpido y esos modos corteses puede convencer a las estatuas de la sala de trofeos de que le cuenten sobre sus creadores -sus ultimas palabras fueron un murmullo, más para si que para los demás. Como si hubiese oído el dialogo desde fuera de la sala, Wethrin entró, agitado. Evidentemente había llegado a la carrera.
- Vengo de hablar con el viejo, pude lograr que me reciba... - hizo silencio, casi teatralmente, como intentando ganar la atención que ya poseía por completo. Los tres pares de ojos estaban fijos en su rostro y hasta las veloces manos de Bura se habían detenido. El silencio parecía algo físico, como si hubieran ensordecido de repente o fueran objeto de algún hechizo.
Conciente de ello, caminó lentamente, majestuosamente, hasta donde estaba Bura sentado, se acuchilló, apoyó su espalda en la pared, se arrebujó en su capa y preguntó con rostro serio: -¿alguien tiene para fumar?
Mientras ambos hombres perdían un par de segundos en entender la irreverencia, el puño del otro mediano, certero, quirúrgico, se movió como un rayo y lo golpeó detrás de la oreja izquierda. - ¡Dejá el teatro para las barracas! ¡¡Hablá de una vez!!
- Es que... - Wethrin parecía inseguro- ... Fue muy raro lo que pasó...
Nadie dijo nada, aunque Arseiltos enarcó sus cejas y movió su cabeza, agitándola en su dirección, invitándolo a seguir, con rostro exasperado.
- Desvarió, tanto como dicen todos que hace en sus malos días, pero a pesar de todo sentí que estaba jugando conmigo. Sentí que estaba haciendo una picardía a mi costa.
-¿Pero que te dijo? - Arseiltos no solía ser paciente con los relatos largos, menos en cuanto se referían a cosas importantes, que no podía ignorar.
- Muchas, muchísimas cosas sin importancia. Me obligó a tomar cuatro tazas de un te horrible y a cada rato parecía confundirme con algún antiguo novicio, pero entre toda la maraña de palabras inútiles, finalmente habló del estudiante que quedó ciego...
-¿Que quedó ciego? -Enherdil casi gritaba- ¿así lo dijo?.
-¡Dejame terminar! Aparte, no creo que esté tan bien informado sobre eso. Lo importante que dijo fue que cuando encuentren sus firmas en el libro del almacén de suministros, lo van a juzgar seguro.
Ah, no se me había ocurrido - Enherdil sonaba pensativo -seguramente haya tenido que usar cosas indebidas para su hechizo...
- Es fácil, hay que robarlo y quemarlo -Bura se reía, contento de haber hallado una solución.
- ¿Vos pensás que es fácil violar la vigilancia del almacén de los magos? Morelastir me llevó una vez a buscar unas hierbas que no logré encontrar en el campo y los guardias se veían terribles.
- El problema es que ustedes disfrutan demasiado el tener sus cabezas pegadas al resto de sus cuerpos –la carcajada de Bura rebotó contra las paredes del salón, estruendosa- Entiendan que no hay opción. Y como sólo hay un camino…
lunes, 13 de diciembre de 2010
El sueño de la Ciudad II
sábado, 11 de diciembre de 2010
Un nuevo entendimiento
En un borde alejado, alrededor de un pequeño fuego, un grupo que parecía extraño a todos sus observadores, seres de muy diversos tamaños y formas, se encontraba reunido en círculo, sentados sobre la tierra.
El único hombre, Enherdil, hablaba a los enanos y hobbits, aunque algunos no podían concentrarse en sus palabras, extrañados aun por el cambio sufrido por su rostro. El fuego ayudaba a realzar la diferencia con aquél que habían conocido; la paz en quien durante años se vio torturado, era algo extraño, novedoso. Por primera vez estaban viendo los rastros de aquel que cayó en los hielos; el rostro adusto, bello, tranquilo, que solo Wethrin podría reconocer, el de aquel montaraz que hacía años, décadas, eras, no existía y por la merced de los dioses volvió a ser.
Su voz sonaba tranquila, sin ningún rastro de la desesperación que la teñía habitualmente.
- Conocimos a los dioses –repitió, elevando la voz para llamar la atención de sus interlocutores- aún están entre nosotros, nos dieron sus dones y enviaron a sus siervos a sangrar a nuestro lado, a pelear nuestras batallas. Eso lo cambia todo.
-Qué es lo que cambia, Capitán?- Liradoc parecía molesto por el rumbo que estaba tomando la charla. Casi escupió la última palabra, indignado aún por la sentencia que Enherdil se había comprometido a hacer cumplir, quizás salvándole la vida.
-No entendés? Estamos viendo el cambio de las mareas del mundo: los dioses que vuelven desde el otro lado del mar, los problemas internos del imperio... -mientras enumeraba se iba tomando los dedos de la mano izquierda con el índice y pulgar de su diestra, primero el meñique, luego el anular y finalmente el mayor, que mostró fervientemente a sus interlocutores-... Y sobre todo -subió un poco la voz- sobre todo tres pueblos perdidos en el mundo que se reencuentran luego de siglos, y descubren que sus fortalezas y necesidades son extrañamente complementarias. Si esto no es Ka, pues mátenme de una vez, porque es que estoy loco-.
Los miró uno a uno, esperando un desafío, una queja, una oposición que no llegó a cristalizarse. Todos ellos tenían algunas objeciones contra sus palabras –la idea de un viento que los empujara hasta allí del chocaba bastante- pero era plausible, creíble, razonable. No era fácil contradecirlas.
- Y fuimos elegidos -al ver que Cirque se disponía a interrumpirlo elevó su mano y siguió más rápidamente- fuimos elegidos, digo, aunque nadie nos señaló. Pero Ka nos empujó a este lugar, a este tiempo, a estas batallas- al ver que volvía a concentrar la atención de los soldados se permitió respirar profundo unos segundos -fuimos elegidos para allanar el camino del nuevo mundo, para corregir los errores de nuestros pueblos.
-Que errores? –Cirque lo miró de muy mal modo.
-Ustedes, por ejemplo, eligieron mirar hacia adentro, hacia el corazón de las montañas y olvidaron todo aquello que los hermanaba con las restantes criaturas. Sólo nuestra llegada, en realidad que la de los hobbits, pudo inducirlos a volver a abrir sus puertas al mundo.
El gruñido del enano pudo ser de asentimiento, de fastidio o de ira, aunque Enherdil eligió continuar, adoptando el primero y más benévolo de los significados posibles.
-Nosotros, por el contrario, olvidamos el sentido de la guerra, olvidamos que las espadas y los guerreros que las empuñan no son valiosos en si mismos, sino por aquello que protegen, por la vida y la libertad que custodian –los ojos de Trongo se abrían, sorprendido por creer en esas palabras, que hace meses hubiera descartado por pusilánimes sin una segunda reflexión– nosotros formamos una sociedad de estatuas de carne, de golems que sólo saben guerrear. Creímos que eso era lo importante, nos aislamos de la corriente de la vida y nos quedamos al margen, enamorados de la sangre y las batallas.
Era difícil seguir, explicar lo que sentía, pero intentó continuar –recién ahora entiendo la decisión de Arseiltos frente al levantamiento en nuestra ciudad. No podemos permitirnos olvidar nuestras raíces, lo que somos más allá de nuestro entrenamiento. No podemos dejar que la sangre ahogue a la vida. Esta guerra no debe pelearse sólo por las armas; son las historias, las tradiciones las que deben vencer. Nunca debemos dejar de mirar las estrellas, de entonar nuestras canciones, de criar nuestros hijos y disfrutar con la belleza de nuestro pueblo. Si no, habremos luchado para nada.