viernes, 14 de enero de 2011

La primera gran vuelta (parte I)


Fue extraño el volver a nuestra ciudad. El viaje fue muy corto y muy agitado.

La noche del tercer o cuarto día era muy fría, todavía no nos alejábamos del todo de las montañas. La búsqueda de un refugio había sido complicada. Alguno de los enanos, Enherdil y hasta Aeglos habían hecho un terrible esfuerzo para encontrar una cueva que nos alejaba de la vista de todo.

El peligro estaba cerca, aunque no sabíamos cúan cerca. Después de la destrucción de la torre y la brutal pelea de Morelastir tenáimos la certeza de que nos estaban mirando pero sin saber qué podían ver de nosotros. Habíamos podido amontonar las mochilas y las cosas sobre el fondo de la caverna, a su lado, como agrandando las figuras, el fuego quemaba agradablemente mis manos. Yo me quedé junto a las llamas mágicas que habían salido de las manos de Aeglos. Largaban poco humo y me convertí en una especie de escolta del mago que acusaba haberse ocupado mucho durante todo el día para que no nos encontraran.
Los gigantes taponaban la entrada. Enherdil, Cirque y los demás intentaban alternar una guardia imposible después de tanto andar. Ellos no lo dirán jámas pero, al igual que yo, tenían confianza en la fuerza de los gigantes, a pesar del peligro. Muchos dicen que los Hobbits somos desatentos pero considero que es muy grave confundir la confianza hacía tus compañeros y hermanos de guerra con una desatención.

Todos llegamos a conciliar un sueño preocupado y no pudimos ver lo que pasaba. Repentinamente me despertaron los gritos de los enanos y Enherdil. Estaban desesperados porque Aeglos no lograba regresar de su sueño. Cuando logré incorporarme, cuando estaba ergido, recien allí, empecé a escuchar. Chillidos profundos abarrotaban y nuetralizaban mis oidos. Fue la primera vez que vimos a la bestia cara a cara, esa bestia cuya muerte marcaría el final de nuestra aventura interminable. Medía más de 2 metros pero, entre mis problemas de altura y su rapidez de movimientos no podía definir claramente sus dimensiones. No sólo era un mounstro como algunos de los que habíamos visto en la torre. Era la idea misma de lo horrible, del mal. Todas esas historias antiguas que contaban los sabios y viejos sobre la existencia de estas cosas nunca habían podido transmitir la sensación, el terror, que teníamos en ese momento. Su rostro era indefinible, no lo podías mirar.  Sus brazos largos y sus garras enormes parecían llegar a todos lados. Entre la luz, su cuerpo y los nuestros parecía que el demonio ocupaba toda la superficie de la cueva. Eso no era tan solo un problema militar sino que también era un problema de concentración.

¡Maldita rata!. Huía y se movía sin parar. Mientras los gigantes trataban de moverse sin espacios, los enanos, Enherdil y Iong se defendían. Yo trataba de despertar al mago.

¡Maldita rata! Entre tantos enemigos no se defendía sino que podía atacarnos a todos por igual sin distraerse.

Finalmente Aeglos volvió en sí y su sorpresa ante la presencia del mounstro apagó el fuego artificial un instante. Allí escuché un rugido que pareció ser de Burst. ¡Vaya a saber qué pasó ahí!. A mi no me importó cuando noté que abría los ojos giré sin pensar para enfrentar a esa bestia. Caminé dos pasos para detenerme. Me dí cuenta que tenía que observar sus movimientos antes de atacar. Lo medí a unos 7 metros durante largos segundos y luego salté varias veces sobre su cuerpo para tratar de mover su guardia. La primera salí despedido hasta el fondo de la caverna ( casi me quemo con el fuego de Aeglos restaurado). La segunda pude llegar a tocar su cuerpo. Recien la tercera vez pude pegarle fuertemente y desestabilizarlo, aunque su brazo me dió un contragolpe importante. Ese o algún otro golpe de Iong permitió que los gigantes accedieran a la bestia y que Aeglos le descargue algún poder extraño dentro de la cueva. Una especie de bola profundamente roja impacto en el pecho del bicho lastimandole. Pensando luego de tiempo pasado digo: ¡qué poco sabíamos de ese mago!.

Eso logró sacarlo de la cueva y tener más espacio para luchar. Un par de golpes más bien acertados y una 
explosión de poder (quizás era Enherdil el culpable de eso) lo hizo chillar sin remedio, aunque no emitía sonido alguno.

Así decidió su retirada pero con palabras de una amenaza para mi hermano. Hubo un instante de congelamiento del tiempo y de la vida misma y sucedió a cielo abierto. En ese instante irrepetible el licántropo miró a los ojos de Enherdil y le dijo con la voz más profunda que jámas escuché:

-         Te estamos buscando. No podrás escapar. Ni tú ni tus amigos podrán evitarlo.

jueves, 13 de enero de 2011

Tumularios

La oscuridad era escalofriante. Aun a pesar del conjuro del mago, que encendió las hogueras, poco más allá podían llegar los ojos de los defensores. Un aullido siniestro, seguido de algunos otros mas débiles, heló la sangre de los soldados. Varios dieron involuntarios pasos atrás, encogieron sus hombros o cerraron sus ojos. Aun los capitanes, parados en la primera línea, palidecieron.

Finalmente, gracias a uno de los montaraces, habían encontrado el refugio donde se encontraban. Dos paredes de piedra de algo más de dos metros de altura, que formaban un ángulo recto y protegían la retaguardia y el flanco izquierdo del grupo. Los restos derruidos de un muro bajo a la derecha y el frente totalmente libre. Escasa protección frente a criaturas sólo parcialmente corporales, pero sus corazones agradecían aún ese mínimo consuelo.

En la retaguardia, tras el fuego central, podía verse a los diplomáticos empuñando dubitativamente sus armas, acompañados por Liradoc que había sido destacado a protegerlos y tenía nuevamente sus pequeñas dagas. A su vez, Freagur y sus tres hombres estaban parados apenas adelante, listos para ir donde fuera necesario. En el centro del campamento, los tres curadores entonaban cantos entre susurros, actuando aun antes del comienzo de la batalla. Junto a ellos, el mago estaba parado, tenso, con sus puños cerrados bajo su ombligo y sus ojos que frenéticamente iban y venían de la oscuridad circundante al fuego central. Sus dos acompañantes se mantenían firmes e inexpresivos, como durante casi todo el viaje.

El frente tenia cuatro vértices, claramente mas adelantados que el resto. Farawar en la derecha, que a pesar del miedo general parecía tranquilo, Cirque y Araw en el centro y Enherdil sobre el flanco izquierdo, que algo mas adelantado que, murmuraba insultos para sí con rostro airado. Apenas tras ellos, los hombres y medianos se mantenían firmes mientras intentaban controlar su temor.

Los ruidos eran inconfundibles, estaban cargando. Tres de ellos lograron saltar los fuegos perimetrales e ingresaron al campamento. Su visión de pesadilla era prácticamente insoportable. Sus rostros pálidos, con facciones descompuestas por la podredumbre de siglos, sus harapos encendidos por el fuego, sus armas melladas y armaduras oxidadas eran monstruosas.

Cirque y Galabul, rápidos, coordinadamente, entablaron combate con el primer tumulario, mientras que Araw y sus hombres intentaban rodear al suyo. Del otro lado, Enherdil se movió como poseso, con una velocidad que pocos hombres podían imitar, y golpeó a la criatura en un flanco. La hoja enana, la única que podía utilizar en estas circunstancias, desprendió varios fragmentos de su armadura, que cayeron al piso tintineando. El impacto no pareció afectar al tumulario, que devolvió el golpe con una fuerza y celeridad insospechada para un ser de esas características. Tanto que el cazador apenas pudo contenerlo.

En ese momento perdió la cabeza y rápidamente lo apuntó con su puño izquierdo, del que nació un claro rayo de fuego que golpeó a la criatura en el centro del pecho y volvió a encender sus ropas, lo que le permitió golpearla nuevamente. Nada parecía afectarla. A pesar de los impactos, certeros, veloces, que hubieran matado a casi cualquier criatura, el no muerto volvió a erguir su cabeza y avanzar. Finalmente, casi desesperado, el Capitán extendió el brazo, con su palma extendida al frente, donde se formó una pequeña bola de luz, que alcanzó los quince centímetros de radio y avanzó, para ingresar en la criatura y estallar en llamas, haciendo llover trozos de metal oxidado y carne en evidente descomposición sobre los guerreros.

En ese momento, la cordura desapareció, así como también la posibilidad de hacer un relato razonado, cronológico, de lo ocurrido. Un ser similar a los otros, pero de casi dos metros y medio de altura, pasó sobre el tronco que se encontraba en el frente y lo apagó, dejando así el paso expedito a cuatro tumularios mas, que entablaron combate con los defensores. Mientras tanto, desde atrás se oyeron gritos de terror y furia y se perdió por fin la coherencia.

El tiempo parecía moverse con oleadas, que iban y venían, sin que pudiera distinguirse la velocidad de los sucesos. El espacio dejó de importar, la distancia era la de una espada, del brazo que la empuña. No era.

A pesar de ello, intentaré mostrar imágenes, pequeños fragmentos –deformados quizás- que puedan mostrar, explicar, la victoria del grupo.

Rayos de fuego volaban hacia la gran criatura; los enanos danzaban coordinados alrededor de su presa, desprendiendo pequeños fragmentos de armadura y carne con sus hachas; Enherdil intercambiaba golpes con uno de los recién llegados y era salvado por Bloco que rápidamente lo hería en la cintura; las dagas de Liradoc cantaban al volar libres hacía el gigantesco ser que había invadido la retaguardia y eran rechazadas con un ademán.

Un silencio. Las olas del tiempo se separan y permiten ver a un hobbit, solo, concentrado en su espada llameante mientras ve al poderoso ser que se mueve tranquilo por el frente, lanzar un conjuro que hizo volar a Araw varios metros hacia atrás. Puede verse también, como en cámara lenta, que Trongo entrecierra sus ojos, deja de mirar al frente, y murmura unas palabras que parecen despertar aún más a su hoja. Él es lanzado hacia atrás, mientras una bola de fuego se expande desde la punta de la espada dragón y vuelta hacia el frente.

A su lado, no podría decir si antes o después, Enherdil mira a su adversario con relativa calma, e imitando a sus compañeros perdidos, gira sus manos, casi amasando el aire, y comienza a formar una pequeña bola luminosa, que se agranda poco a poco, hasta tomar un tamaño mas que considerable. Continuaba agrandándose aún cuando se deshizo en el aura de la criatura, sin siquiera rozarla.

Un proyectil helado golpeó al montaraz en el pecho; mas de diez rayos de fuego sucesivos volaron hacia la criatura y sólo seis se deshicieron antes de golpear, Liradoc empuña una hoja en cada mano, da sendos golpes al gran Tumulario y evita que lastime a Freagur; la cabeza de uno de los hombres de Araw es cortada de cuajo por un espadón, Trongo vuelve a incorporarse y avanza a luchar con su hoja apenas encendida; Cirque flanquea al monstruo que ataca a Farawar; fragmentos de hielo vuelan de la armadura por los desesperados golpes que Bloco propina a su Capitán para despertarlo; una calavera de color violáceo vuela desde la mano del Tumulario mayor a través del fuego central; uno de los menores se ve encerrado en un cilindro de luz mientras pensaba atacar a uno de los curadores; el cilindro de luz estalla en llamas, que finalmente lo deshacen.

Una extraña escena transcurre paralelamente al frenesí. Enherdil, parcialmente repuesto gracias a los golpes de Bloco, que lo ayudaron a despertar, mostraba una extraña sonrisa, casi de resignación. Sabía que estaba a punto de hacer una idiotez. El brazo izquierdo era un bulto recogido y entumecido por el hielo y en ese hombro tenía una costra pútrida, mientras con su mano derecha sostenía aún la espada que le habían regalado los enanos hace ya tanto tiempo.

Elevó su vista y pudo ver estrellas en el cielo. Era un problema para sus planes. A pesar de ello, relajó sus facciones y comenzó a murmurar algo mientras cerraba sus ojos. Esto le impidió ver la veloz desaparición de las estrellas sobre su cabeza y, a los pocos segundos, los comienzos de una lluvia helada. Abrió sus ojos, que estaban desenfocados, perdidos y elevó su puño y lo mantuvo en alto durante largos segundos, lentos, para bajarlo velozmente en dirección al gran tumulario, que sufrió la caída de un relámpago sobre su cabeza.

Esto lo enfureció aún más. Estas patéticas criaturas se atrevían a seguir desafiándolo, era increíble. Por ello es que utilizó sus poderes para apagar todos los fuegos del campamento, que momentáneamente quedó en una oscuridad que heló los corazones de los soldados, impidiéndoles luchar. Sin duda era el fin.

La luz fue enceguecedora y terrible para los tumularios y envalentonó a los defensores. Era inesperada y, por ello, doblemente bienvenida. Cuando todo parecía perdido, la luz brillante, blanca, surgió en el piso, bajo la mano de Enherdil que estaba recostado y disipó las tinieblas en todos los alrededores.

En el otro extremo, Liradoc aprovechó la momentánea distracción para arrojarse sobre su enemigo y herirlo con ambas dagas, para dar dos pasos atrás y arrojárselas al rostro. A su par, Freagur seguía lastimándolo, con paciencia, y esquivando sus golpes que comenzaban a ser mas urgentes. Ese momento fue rápidamente aprovechado por el misterioso guerrero que acompañaba al mago, que dio un salto y movió rápidamente su hoja para decapitar al monstruo.

Nuevamente en el frente, podían verse decenas de rayos ígneos surgiendo de los brazos extendidos del mago que chocaban contra el cuerpo de la criatura, que con una expulsión de su energía vital logró deshacerlos, para verse sorprendido por una pequeña bola roja de energía que ingresó en su cuerpo y estalló, lastimando a todos aquellos que estaban cerca.

Esto fue el fin. La muerte de las criaturas, la pérdida de su magia, afectó severamente a varios de los heridos, que cayeron en un sueño helado del que no sería fácil despertarlos. Fue una victoria, sí, pero el precio, la sangre de los caídos, era demasiado cara.

lunes, 10 de enero de 2011

REALIDAD

He aprendido a soñar despierto, puesto que hay horrores a los que prefiero no enfrentarme si no es en vilo. Así siento mis jornadas en la montaña protegida: como un sueño, una ilusión.

Cada atardecer se asemeja al vertiginoso descenso en picada de las águilas de Sulimo, el Supremo. Lo sé, lo he vivido y es lo que siento constantemente cuando esa extraña energía, que los sabios llaman torpemente “magia” fluye desde el mundo a través de mí.

Así, en estos tiempos en que mi cabeza se ha vuelto de revés, mis recuerdos y experiencias toman tintes oníricos, dignos de ser escritos en la lengua de los seres de la luz, a quienes sueño o deseo ver antes de partir.

Hace sólo algunas jornadas, mientras practicaba en el corredor del templo con mis instructores un sencillo conjuro de ataque mi mente se quebró por una punzante necesidad de soñar, de entregarme completamente a la fantasía propia del alma mientras duerme.

En ese momento preparaba mi conjuro cuando el instructor que era mi blanco se desdibujó y apareció ante mí con total claridad la imagen del maldito ser que perseguimos por casi medio mundo. Aquel aberrante demonio sostenía con las garras de su único brazo a ¡Enherdil!. Podría jurar, si me estuviera permitido hacerlo que la visión que se desarrollaba ante mis ojos era completamente real, al menos así lo fue para mí en aquel momento.

Sin vacilar un instante cargué (concentré) mi ballesta (mi conjuro) y disparé hacia el licántropo (el Sacerdote) una violenta lluvia de pivotes (espinas). No fue suficiente. El cuello de Enherdil seguía preso de las garras del demonio. Su armadura rasgaba con impotencia el brazo de su captor y el rostro del Capitán era una mueca demoníaca y violácea de odio.

Repetí el ataque con mejor resultado y cuando el maldito puso su atención en mí cargué ciegamente hacia él, dispuesto a darle a Enherdil una mínima oportunidad de escape o de ataque final. Nada importaba, sólo intentar acabar con él a cualquier precio.

Recuerdo la tensión de mis piernas en la carrera hacia la muerte, mi muerte. Recuerdo haber visto alrededor los rostros de los amigos que no están con un rictus de venganza. Recuerdo el salto vertiginoso y la seguridad de que mis hermanos de guerra me esperaban al pie de una enorme montaña blanca. Recuerdo haberme aferrado con violencia la columna que era el cuello del licántropo y recuerdo haber visto su rostro. Y ya no pude soñar más, todo se volvió brumas. Aferrado al cuello de mi instructor, queriendo asesinarlo perdí el conocimiento.

Aun hoy, luego de tres días de descanso en el templo, con la contención y la guía constante de los sacerdotes que me entrenan tengo dudas sobre mi cordura. Suno dice que tengo que desentrañar los secretos de mi poder y que sólo así podré dormir tranquilo nuevamente. Hasta Hiufat creyó necesario dedicarme algo de su tiempo para aplacar mis temores y ayudarme a ordenar mis recuerdos.

Sin embargo sólo mi fe en Sulimo, el Supremo hace que confíe en que ésta es la realidad, porque sé que nadie en su sano juicio podría creer que aun existen ciudades libres en el mundo bajo el hierro del Imperio, que Enanos y Gigantes forjan juntos su Destino y que en el sur viven hombres en alianza con seres de un poder ancestral en parte hombre y bestia. Este nuevo destino del mundo tiene demonios que se redimen y hobbits que hacen magia.

¡Gran don el de los Poderes de Arda si esto estaba en la idea de su canción!

Estimado lector, si estás leyendo esto, es porque perecimos en el regreso desde la Ciudad de la Confederación hasta nuestra propia Ciudad del Norte. Es menester que hagas llegar estas líneas a los capitanes de alguna de las ciudades así pueden saber que los paladines han vuelto a la Tierra Media y que la guerra contra el Imperio es más grande de lo que pensábamos pero está lejos de ser perdida.

Nos separamos de nuestros hermanos de viaje que quedaron en la Confederación

  • Iong
  • Wethrin
  • Isram Capotero
  • Tip Robledal
  • Bronco Puelo

En el camino hemos perdido muchos hermanos que no voy a enumerar debido al dolor que eso conlleva, pero hemos adquirido dones y bendiciones. SOMOS los nuevos paladines que caminan por la Tierra Media. Es por eso que emprendemos el regreso a nuestro país, previo paso por la Ciudad bajo la Montaña.

Bitácora de regreso

1er día de viaje:

Partimos de la Ciudad de la Confederación una tropa compuesta por:

  • Enherdil II
  • Lirol
  • Bloco
  • Trongo Campero
  • Cirque
  • Galabul
  • Farewar más tres de sus hombres
  • Freagur más tres de sus osos
  • Araw más 6 de sus soldados
  • Un mago con dos guardaespaldas
  • Tres sanadores
  • Tres embajadores
  • Liradoc Bribón (en calidad de prisionero)

Totalizando 31 personas.

Los capitanes resolvieron caminar durante dos jornadas rumbo al este a fin de evitar lo más posible la Ciudad de los Círculos.

Toda la tropa se reunió en torno al fuego a fin de comenzar a estrechar lazos y posibilitar así la unión de nuestras respectivas ciudades.

Algunos pudimos ver a los espíritus de los bosques que nos cuidaban. La visión nos causó cierta conmoción. De a poco entiendo más a mi espada.

2do día de viaje:

A la hora del desayuno fuimos sorprendidos por un suculento guisado acompañado por piezas de caza menor asadas.

Alegremente me sumé a las tareas de cocina contento de poder volver a emplear mis dotes en el ramo.

Continuamos con el derrotero hacia el este y al atardecer, los soldados lograron dar caza a dos sabrosos Lossrrindir que fueron trozados, asados y comidos por todos. Cabe mencionar que las huestes sureñas poseen un curioso método de cocina que consiste en enterrar pedazos de carne junto con adobo, piedras, palos, ramas y fuego y dejarlo asarse durante toda la noche. De esto puede salir carne más tierna que la de un venado recién parido o chasqui apto para durar una semana, realmente sorprendente.

Se realizó la primer noche de guardia, me ofrecí a formar parte de la misma junto a un Beijabar a fin de estrechar lazos de amistad. Son gente bastante curiosa que hablan un dialecto incomprensible. Pero si pudimos interpretar los gruñidos de los enanos tranquilamente podremos salvar las diferencias idiomáticas.

Continúo con el entendimiento de mi espada.

3er día de viaje:

Torcimos rumbo al norte, el frío de a poco comenzó a sentirse más por lo que apuramos sensiblemente el paso. El día pasó sin sobresaltos. A la noche tuvimos nuevamente guardias, en la que aproveché a interrogar a Enherdil acerca de mi nueva habilidad. Me mandó a hablar con los sanadores, creo que es hora de mostrar las barajas.

Continúo con el entrenamiento con el núcleo de mi espada.

4to día de viaje:

Ya estamos fuera de la protección de Hiufat, se siente el frío en el alma. Caminamos todo lo posible rumbo al norte, al caer la tarde conseguimos un claro en una lomada y armamos nuestro campamento. Todos percibimos que no estábamos solos. Tuve la visión más horrenda de mi corta y agitada vida, un ser mitad muerto, mitad podrido que deambulaba por la base del barranco buscando la forma de subir, el frío se extendía a su paso. La guardia fue terrible, los sanadores lograron mantener a raya a estos seres.

Antes de dormir logré hacer contacto con el núcleo de mi espada.

5to día de viaje:

Los capitanes se alejaron rumbo al este y volvieron visiblemente agitados luego de una hora, dicen que los seres estos (tumularios los llamaron) provienen de una pequeña torre a 400 metros al este y que dieron cuenta de una patrulla de unos pocos orcos, es probable que a la noche nos ataquen.

Avanzamos una hora hacia el oeste (quien iba a decir que la seguridad se encontraba en la Ciudad de los Círculos) hasta que dimos con un emplazamiento parcialmente derruido. Allí el mago y los sanadores realizaron sus fortificaciones y los hombres barreras de fuego.

Al caer la noche fuimos asaltados por siete de estos tumularios y por dos tumularios mucho más grandes y terribles. No contaré la batalla aquí porque, realmente, no la recuerdo, sólo flashes permanecen en mi memoria por el horror que estos seres me causaron.

La victoria, si bien fue nuestra, cara nos costó. Guul Pragoz lleva nuevas marcas en honor a Lirol, dos soldados Beijabar y dos soldados de Araw.

Mi espada lanza bolas de fuego, pero me dejan exhausto.

El mago y los sanadores son realmente poderosos. El Dios de la tierra que me visitó en la cueva volvió a visitarme en forma de pared de piedras blancas que me ayudó a reponerme de la herida que me infringió uno de esos seres horrendos.

Si alguien ha de cantar nuestros andares, no podrán decir que los medianos carecen de valentía, coraje y un cierto deseo de muerte.

6to día de viaje:

El amanecer nos trajo la tranquilidad, luego de despertarme hablé con el mago. El fuego es el camino y quizá él es el encargado de ponerme sobre la senda.

Intentaré convencerlo.

viernes, 7 de enero de 2011

La primera traición (introducción)

El golpe en la puerta de madera resonó fuertemente y levantó ecos en la cámara abandonada. Arseiltos, luego de causar el alboroto, se limitó a sacudir su mano derecha para dejar caer la sangre que chorreaban sus nudillos al piso de piedra, mientras seguía caminando, nervioso.

No era la primera vez que los viejos pisos eran regados con la sangre de guerreros jóvenes. Los dos hombres y el mediano estaban en uno de los patios de entrenamiento de la Ciudad Central, que ya prácticamente no se utilizaba más que para este tipo de reuniones clandestinas. Estaba bastante oscuro y helaba. Cada palabra, cada exhalación se veía acompañada de una pequeña nube de humo.

Los tres habían abandonado el entrenamiento, dejando a sus respectivos cuerpos, pero la golpiza que los esperaba ni siquiera cruzó por sus cabezas. La situación exigía rapidez, no había lugar para dudar.

Bura estaba sentado en el piso, con las piernas cruzadas frente a un paño azul gastado. Su ballesta estaba desarmada y él engrasaba cada pequeño mecanismo mientras seguía con la mirada a los dos hombres que se movían como posesos, pasando a escasos centímetros uno del otro sin tocarse, en lo que parecía un extraño baile, ejecutado por dementes. Sus ojos, a pesar del fantasma de burla que siempre parecía bailar tras ellos, estaban especialmente serios. Podía entender la gravedad de los hechos y de sus posibles consecuencias.

-Me dijo uno de los curadores menores que la magia fue muy fuerte, que es muy difícil que puedan salvar sus ojos -Enherdil se veía angustiado.

-No estaba autorizado a realizar conjuros tan fuertes, lo van a juzgar, será una suerte si no lo matan.

- ¿Y vos que sabés, hobbit roñoso, de lo que Morelastir podía o no podía hacer? -El montaraz se detuvo frente a Bura, amenazante.

- Es que yo, a diferencia de ustedes, burros de carga piojosos, lo escucho cuando habla; por eso me entero de las cosas. -en el rostro del pequeño no se podía ver la mínima preocupación por la amenaza. - Ahora hay que esperar, a ver que puede averiguar Wethrin. Con esa cara de estúpido y esos modos corteses puede convencer a las estatuas de la sala de trofeos de que le cuenten sobre sus creadores -sus ultimas palabras fueron un murmullo, más para si que para los demás. Como si hubiese oído el dialogo desde fuera de la sala, Wethrin entró, agitado. Evidentemente había llegado a la carrera.

- Vengo de hablar con el viejo, pude lograr que me reciba... - hizo silencio, casi teatralmente, como intentando ganar la atención que ya poseía por completo. Los tres pares de ojos estaban fijos en su rostro y hasta las veloces manos de Bura se habían detenido. El silencio parecía algo físico, como si hubieran ensordecido de repente o fueran objeto de algún hechizo.

Conciente de ello, caminó lentamente, majestuosamente, hasta donde estaba Bura sentado, se acuchilló, apoyó su espalda en la pared, se arrebujó en su capa y preguntó con rostro serio: -¿alguien tiene para fumar?

Mientras ambos hombres perdían un par de segundos en entender la irreverencia, el puño del otro mediano, certero, quirúrgico, se movió como un rayo y lo golpeó detrás de la oreja izquierda. - ¡Dejá el teatro para las barracas! ¡¡Hablá de una vez!!

- Es que... - Wethrin parecía inseguro- ... Fue muy raro lo que pasó...

Nadie dijo nada, aunque Arseiltos enarcó sus cejas y movió su cabeza, agitándola en su dirección, invitándolo a seguir, con rostro exasperado.

- Desvarió, tanto como dicen todos que hace en sus malos días, pero a pesar de todo sentí que estaba jugando conmigo. Sentí que estaba haciendo una picardía a mi costa.

-¿Pero que te dijo? - Arseiltos no solía ser paciente con los relatos largos, menos en cuanto se referían a cosas importantes, que no podía ignorar.

- Muchas, muchísimas cosas sin importancia. Me obligó a tomar cuatro tazas de un te horrible y a cada rato parecía confundirme con algún antiguo novicio, pero entre toda la maraña de palabras inútiles, finalmente habló del estudiante que quedó ciego...

-¿Que quedó ciego? -Enherdil casi gritaba- ¿así lo dijo?.

-¡Dejame terminar! Aparte, no creo que esté tan bien informado sobre eso. Lo importante que dijo fue que cuando encuentren sus firmas en el libro del almacén de suministros, lo van a juzgar seguro.

Ah, no se me había ocurrido - Enherdil sonaba pensativo -seguramente haya tenido que usar cosas indebidas para su hechizo...

- Es fácil, hay que robarlo y quemarlo -Bura se reía, contento de haber hallado una solución.

- ¿Vos pensás que es fácil violar la vigilancia del almacén de los magos? Morelastir me llevó una vez a buscar unas hierbas que no logré encontrar en el campo y los guardias se veían terribles.

- El problema es que ustedes disfrutan demasiado el tener sus cabezas pegadas al resto de sus cuerpos –la carcajada de Bura rebotó contra las paredes del salón, estruendosa- Entiendan que no hay opción. Y como sólo hay un camino…

lunes, 13 de diciembre de 2010

El sueño de la Ciudad II


Día en la Ciudad Bajo la Montaña

El soldado Superior Erham cruzo el patio con una capa gris cubriendo el uniforme. Las ciudades se habían vuelvo mucho mas frías desde que la central fue arrasada en la Invasión.

El enorme espacio vacío sin fuegos, sin gente, casi sin edificios, y con todos esos malos recuerdos, hacia que sin importar cuantas veces los Ingenieros revisaran y sellaran los ductos, el frió se extendía desde ahí.

Ese día terrible era solamente un soldado joven, miembro del Cuerpo de Guerreros, de tercer Grado. Su cuartel estaba en la ciudad Este, la más próxima a las grandes montañas.

No importo cuanto tiempo habían practicado todo.
Nadie podía creer lo que ocurría cuando sonó la alarma de ataque.
Y mucho menos cuando se les ordeno ponerse la armadura completa de batalla, para repeler a enemigos dentro de la propia fortaleza.

Pasó un poco más de un año, pero podía decir sin temor a equivocarse, que en ese entonces era joven.
Ahora solo lo parecía.

Saludo con una inclinación de cabeza a los dos soldados de las Tropas de Asalto Pesado apostados en la puerta de la Torre del General.

Cerró los ojos y apretó las mandíbulas para pasar el dintel de la puerta.
Como siempre, una fuerza tenaz lo hizo aminorar el paso, le lleno la mente de imágenes terribles, y lo hizo sentir que el suelo bajo sus pies se desvanecía, dejándolo caer en un abismo negro sin fondo.
Apretó los parpados y le dolieron los dientes mientras seguía caminando por inercia. Todo su ser le decía que caía a la nada. Siguió adelante, hasta que el piso volvió bajo sus botas.
Se detuvo a respirar y abrió los ojos. Solo había caminado 5 metros desde la puerta de la torre.

-¡Malditos brujos!- Mascullo en voz alta, sabiendo que lo escuchaban.
-Bienvenido soldado- lo saludo Proleos.
El mago le sonrió amablemente, mientras sus ojos de serpiente lo escrutaban.
-Llegas tarde soldado, espero que tengas alguna excusa para darle al General.
-El General va a decirme si tengo que darle alguna excusa o no, gracias por preocuparte Proleos.

Subió la escalera hasta su altura, y se detuvo de golpe, superaba al mago en altura por más de una cabeza.
Mirándolo fijo, movió rápidamente los hombros amenazando un ataque.
Proleos se sobresalto y retrocedió un paso, mirándolo con furia.

-Si no estuviéramos en la Torre tu insolencia no quedaría impune soldado- Siseo el mago enfurecido.
-Si no estuviéramos en la Torre, no tendrías tiempo de hacer alguno de tus trucos- Le sonrío y subió la escalera a los saltos.

Erham sabía que podía molestar y asustar al mago con la violencia física, tan ajena a el, así como sabia también que no tenia ninguna oportunidad si alguna vez realmente peleaban. Tendría que sorprenderlo totalmente.

Llego al primer piso y recorrió el pasillo central con paso rápido, el mago tenía razón. Estaba llegando tarde.
Esperaba que el General lo pasara por alto considerando las noticias que traía.
Subió la escalera al segundo piso intranquilo.

Se decía que además de los dos mejores hombres de las Tropas de Asalto Pesado, y Proleos, uno de los magos más fuertes, en el primer piso y en el segundo de la Torre estaban escondidos algunos de los feroces Soldados Lobo.

Nunca los vio, ni escucho nada, ninguna evidencia de que fuera posible que alguien más estuviera en la Torre.

Igualmente sus instintos le decían que era vigilado, y tenía miedo siempre que subía solo.
Esa era toda la prueba que necesitaba un soldado.

Doblo hacia la derecha en el salón del segundo piso y llego ante la puerta del General.
Dio dos golpes y espero.
Nada.

Volvió a golpear dos veces.
Nada.

Tomo aire, y entro en el cuarto con los brazos separados y alerta.
Lo primero que vio fue el cuarto vacío, lo siguiente fue una parte del techo, y luego choco violentamente en el piso, rebotando hacia la mesa de reuniones.
El impacto lo dejo sin aire, igualmente pudo rodar sobre si mismo y levantarse desenvainando su espada y con las piernas separadas.

Arseiltos lo miraba desde el otro extremo del cuarto, cerca de la puerta.

-Llegas tarde Erham-  lo miro pensando en el pasado. Alguna vez fue como el.
-General, puedo explicarme. Llegue tarde por que fui a la muralla Oeste a recibir el grupo que envío. Llego dos días antes de lo previsto  y…-
-¿Por que tardaste tanto en venir a buscarme? ¿Te volviste completamente idiota o te estas convirtiendo en un orco? – Lo interrumpió gritándole.

Erham se callo y bajo la vista nervioso. Cuando termino de gritar, Arseiltos se arrepintió.
-Lo estoy tratando mal por que no puedo dormir no recuerdo ya desde cuando, y el chico no se lo merece. Me estoy convirtiendo en un tirano, pensó con tristeza para sus adentros.
Ahora el daño ya estaba hecho. Seria aun mas extraño que se disculpara. La maldición del mando.

-Vamos a sentarnos a desayunar, mientras me pasas todo el informe.
-Señor, pido permiso para sentarme- Erham sabia que estaba en un delicado equilibrio.

Arseiltos era un buen hombre y un General soberbio.
Probablemente el mejor que tuvo el pueblo de los Dunedain desde tiempos inmemoriales.
Sabía sin ser un genio de la estrategia que estaba bajo una presión tremenda, sin contar con la Guerra Civil.
La mejor ayuda que podía darle a ese hombre admirable era acompañarlo y seguir sus órdenes.

-Concedido soldado.- Mientras le respondía abrió un armario y saco galletas y leche de una jarra. Las galletas le hicieron acordar por un momento a Wethrin y a Bura. Parecía una eternidad desde la última vez que habían comido galletas de viaje todos juntos.
Un dolor profundo le recorrió el espíritu. Puso las galletas en un plato de loza para recuperar el aplomo.
-Los hombres nacidos para el mando están solos, es la única forma en que pueden soportar el peso de decidir sobre la muerte de tantos amigos-
Como siempre la voz de su maestro estaba ahí para ayudarlo. Lawar lo había convertido en el hombre que era. El entendía su soledad. El mismo había tomado decisiones salvajes toda su vida. Hasta el punto de enviar a su propio hijo a los Campos de Hielo.

Puso una taza para cada uno, y se sentó en un lateral de la mesa.
Solo cuando le hizo un gesto con la cabeza Erham se sentó también enfrente de el.
Le alcanzo la taza, y dejo el plato al medio. Muchas veces se maravillaba de esos simples rituales. Lo hacían sentir mas normal.

-Adelante Erham, te escucho.
-Lamento no buscarlo antes, yo..
-Ya esta saldado, continua con el informe.
-La patrulla volvió completa, pero con 4 miembros heridos de mucha gravedad.
-Lograron pasar casi todo el cerco del Imperio hacia el mar. Aumentaron muchísimo la concentración de tropas y tienen cuerpos de Elite apostados.
-Tenemos muy buena información de sus números y disposiciones. Por más que en el sur el Imperio esta sumergido en el caos, el que sea el Comandante de toda esta zona mantiene sus tropas en línea.
- Llegaron a ver el Domo de Niebla más cerca que nunca antes, pero fueron descubiertos. Un verdadero milagro los salvo y les permitió regresar. Realmente no me lo explico. Estaban casi completamente del otro lado de las líneas enemigas.
-Los magos que fueron con ellos, ¿que dijeron?- Inquirió.
-Los magos nunca hablan mucho con los soldados Señor. Me dijeron que había otros magos muy poderosos en las líneas Imperiales.
-Y también uno de ellos me dijo que el Domo los ayudo.
-Imposible, habladurías de magos-retruco Arseiltos.

-Entonces, volvieron todos, y tienen los datos. Cítalos mañana a la noche. Ahora tienen que descansar y reponerse.
-Quiero que veas que estén bien atendidos y sobre todo, que nadie más se entere, como acordamos en principio. Te recuerdo que esta misión debe ser un absoluto secreto, siempre.
-Si Señor, así se hará. Juro llevar el secreto a la tumba conmigo.
-Tene mucho cuidado de hacer un juramento así Erham.- El ceño serio de Arseiltos preocupo visiblemente al joven soldado.
-Estamos jugando un juego muy peligroso, si se sabe, podemos ser ejecutados por Alta Traición, todos.
-Si Señor. No lo olvido. Y dije la verdad recién.
-Lo se. Por eso confío en vos. Pero no quiero perderlos a todos. Ya tengo suficientes muertes en mis manos.
-Ahora anda, y descansa también. Hoy voy a supervisar las obras de reconstrucción de Ciudad Central. Voy con custodia así que no hace falta que vengas.
Se levanto para dar por terminada la reunión.
Le dio un apretón de manos, y lo despidió.
Sintió la fuerza de su juventud y el calor de su sangre en ese apretón.  El chico era capaz de tirarse por la ventana si se lo pedía.
Así de vulnerable era.

Erham salio con una sensación de congoja y emoción en el pecho.

-Estoy dispuesto a morir por usted General- Nada de lo que diga va a cambiar eso pensó para si mismo.

Recorrió rápidamente la torre hacia la planta baja.
La sensación de miedo en la boca del estomago le subió hasta la garganta como un abanico de gustos amargos.
Un principio de vomito. Inspiro por la nariz, y se controlo.
Antes de darse cuenta, estaba cerca de la puerta, y del abismo.
Cerró los ojos como siempre, y troto.
Esta vez pudo pasar como si nada existiera más que una puerta.
Mentalmente lo agradeció al mago. De alguna forma se apiado de el en esta ocasión.

El aire frío de la mañana lo refresco cuando cruzo la plaza de nuevo en dirección a los cuarteles de la Ciudad Este.
Dio un largo rodeo, paso por los cuarteles, se reporto, y salio con cualquier excusa.
En una casona grande de la Ciudad Este descansaba el grupo secreto de Arseiltos, ignorado por todos, salvo los pocos en los que el General había confiado.

Arseiltos vio a Erham cruzar la plaza de diseños geométricos. Por un momento entrecerró los ojos, y volvió a ver la sangre.
-Espero no tener la tuya en las manos, mi amigo-Dijo casi en un susurro.

Cerró los ojos, y llamo a Proleos.
Como siempre, en un instante el mago se apareció a su lado, de la nada misma.

-Proleos, la misión fue un éxito. Por desgracia no pasaron las líneas Imperiales, pero lograron llamar la atención del Domo.

-De ninguna otra forma podrían haber regresado. El Domo los ayudo a confundir a los buscadores y cazadores Imperiales.

-¿Pensas lo mismo?-

-Si.- Acabo de hablar con Maeglor y Ceren. Una fuerza tremenda del Domo los noto, y los ayudo. Nublo la visión de todos los cazadores, y les dio energía para volver desde donde estaban casi hasta nuestras líneas.

-Excelente. Hoy a la tarde quiero que vengas conmigo a la Ciudad Central. Vamos a seguir buscando rastros de visitantes.

-Si señor.
-¿No íbamos a supervisar las obras?- le pregunto sonriendo con malicia.
-Si, vamos a ver las obras y a buscar en los cimientos que no tengamos mas accidentes con visitantes o aparecidos.-

Estaba por despedir al mago, cuando percibió un fuerte sentimiento de ira contenida.

-Habla ya, Proleos.

El mago salto como tocado por un hierro caliente. Lo miro sorprendido.

-No soy un guerrero común Proleos, deberías recordarlo mas seguido.

-Señor..es que..-

El mago apretó los labios. Trato de ordenar sus pensamientos y serenar su mente.

-Escupilo- Le espeto Arseiltos.

Toda una vida de tratar y manipular las emociones de sus soldados y amigos le había enseñado que a veces no hay mejor remedio que dejar que un hombre explote y se libere. Este era uno de esos momentos.

-Arriesgamos la vida de dos grandes magos, seis guerreros de máxima graduación, 3 montaraces y 6 asesinos selectos, sin contar con las vidas de todos los que ayudamos a ocultar esta misión de todas las autoridades, desobedeciendo a todos nuestros mandos y estructuras deliberadamente, solo para que no crucen las líneas, y tengan que volver heridos, casi muertos.
-Aun nos pueden descubrir, y podemos desatar un enorme conflicto. No entiendo como puede decir que ese desastre del que casi no escapan fue un éxito. Nos uso a todos para sacarse la duda, para ver si era posible que pasaran la línea.

Proleos respiraba agitado…se sentía mejor, y entendía que había ofendido gravemente a su jefe. Se había excedido.

-Proleos, todo lo que dijiste es cierto. Los use a todos para hacer una prueba. Y la prueba fue un éxito.- Le dijo con una voz fría e incuestionable. Una autoridad feroz emanaba de su voz.
-Un grupo tan excepcional como ese tiene una posibilidad aceptable de lograr cruzar la línea. Pero de ser descubiertos estarían completamente perdidos.
-De modo que las opciones son lograr cruzar la línea y tener que quedarse del otro lado, arriesgarse a entrar el Domo, sin certezas de que sea posible, o aceptar la muerte antes que la captura en las líneas Imperiales.

-El experimento nos probó que un grupo como ese puede casi cruzar la línea, nos da una calibración de fuerzas.
-El Domo es realmente inteligente como suponíamos, o es controlado por seres inteligentes.
-Son enemigos del Imperio también.
-Tuvo la opción de no hacer nada por nuestros hombres, y eligió ayudarnos. Tomo una decisión completamente inteligente, y nos dejo conocer su alineamiento también.
-Todo eso nos demuestra que estamos ante aliados potenciales Proleos.
-Todas esas certezas valen la vida de todos y cada uno de los involucrados. El mundo como lo conocemos va a cambiar mucho en poco tiempo, muchísimo mas de lo que podes imaginar.
-Estoy preparándome para dirigir la tormenta, o dejar la información para otros si no llego a vivir lo suficiente.
-¿Entendiste Proleos?- Le susurro mientras le clavaba los ojos con ferocidad.
El mago bajo la cabeza,  abrumado por la frialdad y por la lógica aplastante del razonamiento.
Agradeció en lo más íntimo no tener que tomar decisiones como esas.

-Gracias General. Le pido perdón.-
-Estas disculpado. Nos vemos a las 4 de la tarde en el portal de Cuidad Central. Podes retirarte.

Finalmente se quedo solo en el cuarto de la Torre.  Solo con todos sus pensamientos.
En el Ojo de su Mente, veía la tormenta formarse sobre el mundo.
-Espero llegar a tiempo.-

sábado, 11 de diciembre de 2010

Un nuevo entendimiento

Era noche cerrada, y el campamento se veía tranquilo. Los soldados y diplomáticos se predisponían a descansar luego del primer día de viaje.

En un borde alejado, alrededor de un pequeño fuego, un grupo que parecía extraño a todos sus observadores, seres de muy diversos tamaños y formas, se encontraba reunido en círculo, sentados sobre la tierra.


El único hombre, Enherdil, hablaba a los enanos y hobbits, aunque algunos no podían concentrarse en sus palabras, extrañados aun por el cambio sufrido por su rostro. El fuego ayudaba a realzar la diferencia con aquél que habían conocido; la paz en quien durante años se vio torturado, era algo extraño, novedoso. Por primera vez estaban viendo los rastros de aquel que cayó en los hielos; el rostro adusto, bello, tranquilo, que solo Wethrin podría reconocer, el de aquel montaraz que hacía años, décadas, eras, no existía y por la merced de los dioses volvió a ser.


Su voz sonaba tranquila, sin ningún rastro de la desesperación que la teñía habitualmente.


- Conocimos a los dioses –repitió, elevando la voz para llamar la atención de sus interlocutores- aún están entre nosotros, nos dieron sus dones y enviaron a sus siervos a sangrar a nuestro lado, a pelear nuestras batallas. Eso lo cambia todo.


-Qué es lo que cambia, Capitán?- Liradoc parecía molesto por el rumbo que estaba tomando la charla. Casi escupió la última palabra, indignado aún por la sentencia que Enherdil se había comprometido a hacer cumplir, quizás salvándole la vida.


-No entendés? Estamos viendo el cambio de las mareas del mundo: los dioses que vuelven desde el otro lado del mar, los problemas internos del imperio... -mientras enumeraba se iba tomando los dedos de la mano izquierda con el índice y pulgar de su diestra, primero el meñique, luego el anular y finalmente el mayor, que mostró fervientemente a sus interlocutores-... Y sobre todo -subió un poco la voz- sobre todo tres pueblos perdidos en el mundo que se reencuentran luego de siglos, y descubren que sus fortalezas y necesidades son extrañamente complementarias. Si esto no es Ka, pues mátenme de una vez, porque es que estoy loco-.


Los miró uno a uno, esperando un desafío, una queja, una oposición que no llegó a cristalizarse. Todos ellos tenían algunas objeciones contra sus palabras –la idea de un viento que los empujara hasta allí del chocaba bastante- pero era plausible, creíble, razonable. No era fácil contradecirlas.


- Y fuimos elegidos -al ver que Cirque se disponía a interrumpirlo elevó su mano y siguió más rápidamente- fuimos elegidos, digo, aunque nadie nos señaló. Pero Ka nos empujó a este lugar, a este tiempo, a estas batallas- al ver que volvía a concentrar la atención de los soldados se permitió respirar profundo unos segundos -fuimos elegidos para allanar el camino del nuevo mundo, para corregir los errores de nuestros pueblos.


-Que errores? –Cirque lo miró de muy mal modo.


-Ustedes, por ejemplo, eligieron mirar hacia adentro, hacia el corazón de las montañas y olvidaron todo aquello que los hermanaba con las restantes criaturas. Sólo nuestra llegada, en realidad que la de los hobbits, pudo inducirlos a volver a abrir sus puertas al mundo.

El gruñido del enano pudo ser de asentimiento, de fastidio o de ira, aunque Enherdil eligió continuar, adoptando el primero y más benévolo de los significados posibles.

-Nosotros, por el contrario, olvidamos el sentido de la guerra, olvidamos que las espadas y los guerreros que las empuñan no son valiosos en si mismos, sino por aquello que protegen, por la vida y la libertad que custodian –los ojos de Trongo se abrían, sorprendido por creer en esas palabras, que hace meses hubiera descartado por pusilánimes sin una segunda reflexión– nosotros formamos una sociedad de estatuas de carne, de golems que sólo saben guerrear. Creímos que eso era lo importante, nos aislamos de la corriente de la vida y nos quedamos al margen, enamorados de la sangre y las batallas.

Era difícil seguir, explicar lo que sentía, pero intentó continuar –recién ahora entiendo la decisión de Arseiltos frente al levantamiento en nuestra ciudad. No podemos permitirnos olvidar nuestras raíces, lo que somos más allá de nuestro entrenamiento. No podemos dejar que la sangre ahogue a la vida. Esta guerra no debe pelearse sólo por las armas; son las historias, las tradiciones las que deben vencer. Nunca debemos dejar de mirar las estrellas, de entonar nuestras canciones, de criar nuestros hijos y disfrutar con la belleza de nuestro pueblo. Si no, habremos luchado para nada.